sábado, 8 de junio de 2013

LAS MANCHAS DE LA LUNA


Ceramí vivía sola en su bohío, cerca de la playa. Era una muchacha muy hermosa y sonriente, y por ello era admirada en el poblado.
Todas las tardes recibía, puntual, la visita de un colibrí. El pajarillo daba tres vueltas volando alegremente alrededor de Ceramí y se iba. Éste era el único entretenimiento de la joven. Cada noche, al acordarse de las gracias de su amigo, una sonrisa se pintaba en su cara.
En una ocasión, mientras todos dormían en el pueblo, un hombre se acercó a la hamaca de Ceramí.
Ella sintió su presencia, abrió los ojos, gritó asustada y el intruso salió corriendo.
Ceramí se levantó, revisó los alrededores del bohío y no descubrió nada extraño. Por la mañana, observó a todos los hombres del pueblo pero no pudo reconocer en ninguno de ellos el rostro entrevisto del intruso nocturno.
Cuando Ceramí, preocupada, acudió a ver al cacique, éste le prometió que investigaría el suceso pues él era el responsable de la seguridad y de la tranquilidad de todos los habitantes del poblado. A pesar de los desvelos, tampoco el cacique pudo sacar nada en claro.
Ceramí no podía descansar tranquila por las noches. Se aseguraba de cerrar bien las entradas del bohío pero recordaba que también la noche aquella había cerrado todo con cuidado. El misterio y el miedo no la dejaban dormir.
Otra noche más permaneció la muchacha despierta horas y horas hasta que sus ojos se rindieron de cansancio. Al poco tiempo, llego el visitante silencioso y la estuvo observando dormida durante mucho tiempo.
Ya casi estaba amaneciendo cuando Ceramí despertó sobresaltada y se sentó repentinamente en la hamaca. El hombre salió corriendo.
Durante todo el día siguiente Ceramí estuvo pensando qué hacer para descubrir el culpable.
Como todas las tardes, acudió a su lado su amigo el colibrí para acompañarla y, mientras revoloteaba entorno suyo, éste se percató que la joven ni si quiera se había dado cuenta de su presencia: --- ¿Qué le pasa a la joven más bella de esta tierra?---preguntó el colibrí extrañado.
---Pienso en las estrellas tan solitas y distantes….
---Entonces… ¡volaré al cielo para traerte una estrella!---respondió el colibrí.
Al verlo alejarse, Ceramí sonrió. Se le acaba de ocurrir una brillante idea que resolvería sus dudas y sus pesadumbres. Fue a la cocina, preparó en una cazuela una mezcla de hollín y jugo del fruto de la jagua y ocultó la vasija cerca de la hamaca.
Esa noche, cuando el visitante llegó y Ceramí comprobó que estaba cerca de ella, metió la mano en la mezcla y untó en la cara del extraño. Y éste, como siempre, salió corriendo.
Lo primero que hizo Ceramí a la mañana siguiente fue revisar atentamente la cara de todos los hombres del pueblo: ¡qué extraño!, ninguno tenía huellas de la pringosa mezcla en el rostro. Decepcionada y triste, regresó al bohío. El colibrí, para consolarla, le trajo ese día una hermosísima flor blanca en el pico. La muchacha también miró con atención la cabecita del colibrí, pero tampoco allí encontró rastro de hollín.
Cuando el colibrí se despidió de ella, el cielo, en el oriente, ardía en luminosos resplandores. Era la luna llena, que estaba a punto de salir.
Ceramí se acostó en su hamaca, cerró los ojos y trató de dormir. De pronto, escuchó un grito:
--- ¡Algo le paso a la luna! Al primer grito le siguió otro.
Y otro. Todo el pueblo había salido a  contemplar lo sucedido y todos exclamaban:--¡Algo le pasó a la luna!
Era cierto: la cara de la luna, antes completamente blanca, aparecía tiznada. Ceramí comprendió quién la visitaba de noche.

Desde entonces, la luna, a pesar de su brillo y su belleza, tiene la cara con manchas, como si se la hubieran  untando de tizne.





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