Lo primero que debes saber, es que cada vez que nosotros emitimos un
grito, acompañado con un insulto que por la calentura del momento muchas veces
no nos damos cuenta que lo decimos, pues estamos dañando su personalidad
y seguridad, y pues esto conlleva a producir problemas en su salud mental, como
la depresión entre otros.
Generalmente a un niño, oír gritar a sus padres se convierte en algo
perturbador para él, si convertimos estas reacciones en algo habitual, él
asociará el cumplimiento de las normas con el miedo. Asimismo, con otro riesgo
asociado, se asustará tanto de nuestras salidas de tono que acabará separándose
y nos verá como una persona autoritaria, distante y lejana.
Otra de las consecuencias de crecer con padres gritones, es que los
hijos ven a su vez en los gritos algo cotidiano y también se vuelven
gritones, pues lo adoptan como una forma de comunicación válida, convirtiéndose
en niños que gritan a otros niños y también a sus padres y hermanos. Se llega a
un punto en casa en el que hablar en un tono normal resulta ser algo extraño.
Para evitarlo, lo primero que hay que hacer es dar el ejemplo. Los
padres debemos aprender a controlarnos antes de gritar y para eso debemos
intentar reconocer los síntomas de la ira para evitar explotar. Eso
mismo tenemos que trasladarlo a nuestros hijos, comprender sus sentimientos
desde la empatía y sin violencia, enseñarles a expresar sus emociones y sus
frustraciones mediante una comunicación sana sin necesidad de gritar.
Siempre que gritamos o pegamos, levemente, moderadamente,
ocasionalmente, raramente, siempre estamos dedicando un tipo de atención
errónea al niño y ese resulta ser un tipo de castigo que jamás funciona.
Muchos padres piensan erróneamente, que los gritos son el mejor método
para enseñarles a los niños algún comportamiento adecuado, lo más triste es que
aseguran que resulta mejor que darles una bofetada, pues precisamente es justo
todo lo contrario, ya que los gritos son el primer método para ejercer
violencia y ellos son los que indirectamente les están enseñando a sus hijos a
ejercerla.

Educar sin gritos, requiere de un esfuerzo que a menudo hace necesario
revisar nuestras actitudes, aprender a conocernos mejor y a conocer, entender y
descubrir a nuestros hijos.
Los gritos, insultos o indiferencia no educan, únicamente sirven para
perpetuar el ciclo de violencia y para dañar los sentimientos y las capacidades
que puede tener un individuo.
Tomada del Diario EL TIEMPO.pe
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