¿Por qué hay esposas infieles?
Las relaciones sexuales son, para la
mayoría de las mujeres, asunto muy serio. Casi todo lo que reviste importancia
en la vida de la mujer: sus embarazos, sus estados de ánimo, los problemas de la menstruación (o la ausencia de estos),
sus hijos, su felicidad; todo recibe la influencia de sus relaciones con su cónyuge.
Por tanto, y a pesar de que quizá una de cada cuatro mujeres comete adulterio
por lo menos una vez, la esposa abandona sólo con gran renuencia la seguridad
que en lo sexual le brinda su marido para entregarse a un hombre que es para
ella, hasta cierto punto, un extraño. En realidad, la mayoría de las mujeres
llegan a cometer adulterio o lo hacen únicamente cuando sienten que se les
escapan de las manos aquellos aspectos de su existencia a los que atribuyen
mayor significación. A veces esto puede suceder desde el primer matrimonio,
como el caso de Marcia, que me confesó:
“Aún no concluía el viaje de bodas, y
ya me sentía yo defraudada. Tal vez esperaba que nuestra unión física fuera un
estallido de fuegos artificiales, algo que lo iluminara todo con mágica luz. No
estaba mal, no…pero yo me preguntaba, decepcionada: ¿Y eso es todo? ¿Será
posible que se reduzca a eso? Así pues, al cabo de seis meses, busqué a uno de
mis antiguos pretendientes… pues bien, una sola tarde, una tarde horrible,
bastó para demostrarme que nadie podía hacerme tan feliz como mi marido”.
Marcia tuvo que pasar por un trance
muy amargo para descubrir lo que ya sabe casi cualquier esposa bien avenida:
que en lo que a las relaciones sexuales se refiere, la inmensa mayoría de los
hombres son iguales. No existe una técnica mágica. La verdadera satisfacción
sexual entre marido y mujer es resultado de la cooperación, de la mutua dedicación,
y de no poco esfuerzo.
Parecerá extraño, pero transcurrido
el primer año de matrimonio, la insatisfacción sexual ha dejado ya de ser el
principal motivo que impulsa a la mujer adúltera. Para entonces, lo que
generalmente la lleva a probar los
encantos de otro hombre es una total desilusión en cuanto al concepto mismo que
tenía del matrimonio.
Karen, que relata así su caso: “En la
universidad tenía yo tantos pretendientes que ya ni los contaba. Luego me case con
Randy, y todo aquello acabó: los paseos con algún enamorado, las invitaciones a
buenos restaurantes; en fin, ya no me divertía como antes. De modo que empecé a
pasear sola, no tanto por acostarme con otros hombres, como porque así me
parecería revivir mi época de soltera”
Desde luego hasta otras mujeres más sensatas que Karen advierten y deploran la
gran diferencia que existe entre ser novia y esposa.
Entre el quinto y el séptimo años de
matrimonio, la tentación de ser infiel acomete a la mujer en otra forma. Para
entonces muchos maridos ya han dejado atrás la primera etapa de su febril
actividad para labrarse una posición, y dedican más tiempo y energías que nunca
a su trabajo. La
mujer que busca la compañía de otro hombre mientras su marido trabaja más de la
cuenta, quizá, en realidad, se sienta más atraída por la conversación y por el
dialogo que por las caricias. Después de bregar con los niños, los quehaceres domésticos,
las compras, los perros y gatos, los vendedores que llaman a la puerta y la
lavadora que no funciona; y todo esto desde las 7 de la mañana hasta que se
pone el sol (rutina que solo interrumpe para comer a solas), la esposa comienza
a sufrir de desnutrición emocional crónica. Una aventura extramarital le brinda
la compañía de un adulto y, al mismo tiempo, la hace sentirse nuevamente
deseada como mujer.
El siguiente impulso de infidelidad
ataca a las mujeres al cabo de unos 15 años de matrimonio. Es la época en que
algunos hombres consideran que su mujer no tiene ya nada emocionante. En esta
etapa muchos hombres, abrumados por las preocupaciones inherentes a su trabajo,
poco a poco se desentienden del amor físico; una o dos veces por semana se ocupa
en tal sentido. Por otra parte,
la mujer ha de enfrentarse a sus propios problemas: quizá haya empezado a
aumentar de peso; cuando se mira al espejo, se descubre nuevas arrugas en el
rostro… a la vez que observa que su marido viene perdiendo interés por ella
como mujer; le asalta la inquietante idea de que sus encantos físicos se
marchitan. Entonces ocurre la infidelidad por lo que la mujer considera una
“última oportunidad”…y quizá sea esta forma de
infidelidad la más fácil de evitar.
La mujer que a esas alturas busca el
amor de otro hombre, paga un precio altísimo, en riesgos emocionales y posibles
sufrimientos, por algo que debiera estar a su alcance en la intimidad de su
propia alcoba. Concede en tal caso sus favores físicos buscando afecto,
interés, atención: precisamente lo que su marido debiera proporcionarle. Paradójicamente, el amante acaso sea el cuarentón marido de otra mujer con idéntico problema.
Veamos el caso de Gina:
“Fred tiene la edad de mi marido, más
o menos, pero… ¡parecía tan diferente! George (mi marido) llegaba por la noche,
cenaba y luego se quedaba dormido frente al televisor. Aquello no era
precisamente satisfactorio. En cambio, Fred me invitaba a cenar, escuchaba con interés
mis opiniones… y al poseerme lo hacía como si me amara de verdad. Llegue a
pensar en divorciarme de George para casarme con Fred… hasta que un día,
esperando turno en el salón de belleza, conocí Peg, la esposa de Fred. Tratábamos
conversación, y ella me dijo que su marido no le hacia ningún caso; que apenas
le hablaba cuando llegaba a casa y había perdido todo interés por sus
relaciones sexuales. ¡Quien había de imaginárselo! ¡Mi ardoroso amante, al
tratar a su esposa era tan insípido como mi marido lo era conmigo!”
También ocurre, a veces, que ciertos
hombres inseguros e inmaduros empujan virtualmente a su esposa a serle infiel.
Lo sucedido a Lois fue un ejemplo de esta situación.
---Frank me llamaba todas las tardes
desde su oficina. Si acaso no me encontraba, seguía llamando hasta que yo
contestaba el teléfono, y entonces empezaba el interrogatorio: “¿En dónde estabas? ¿Con quién estabas?” A
veces llegaba a casa antes de la hora habitual, para “sorprenderme”. Hasta que
un día, fastidiada, le dije: “Si quisiera yo engañarte, no te enterarías”. “¡Atrévete,
y veras”! me respondió. Así que…me atreví. Y ciertamente, Frank no se enteró.
--- ¿Fue agradable su aventura?--Le
pregunte.
Lois soltó el llanto y me confesó: ---
¡Fue horrible! ¡Horrible! Eso lo sabía yo de antemano: para mí, no hay nadie en
el mundo más hombre que mi marido, pero tenía que ponerle fin a sus celos
obsesivos. Jamás se habría enterado de lo que hice si yo no se lo hubiera
dicho.
-Pero… ¿se lo confeso usted?
--Por supuesto. De eso se trataba. Le
explique que, si confiaba en mí, jamás tendría nada que temer, pero que si no
me tenía confianza estaba decidida a convertir en realidad sus más negras
sospechas. Frank salió a dar un largo paseo, y cuando regreso me pidió perdón. Jamás
ha vuelto a tocar el punto.
La actitud de Lois presenta varios
rasgos típicos de la infidelidad femenina. Primero, Lois obro impulsivamente, y
eligió a su “cómplice” no tanto por los sentimientos que este le inspiraba
Segundo, procuro que su marido supiera lo
ocurrido. Las más de las veces, la mujer comete adulterio sobre todo para
lastimar al marido. En tercer lugar, el
esposo accedió a perdonarla y olvidar el incidente. Con gran frecuencia el
marido perdona a la mujer infiel dos y hasta tres veces.
No faltan razones para ello. En
general el hombre, en su vanidad, se resiste a reconocer públicamente que su
mujer ha buscado el amor carnal de otro hombre. Además, sucede a menudo que la
esposa infiel, conseguido su propósito, hace que a partir de entonces las
relaciones de ese matrimonio cambien radicalmente.
Sin duda es importante conocer los
motivos que impulsan a una mujer hacia la infidelidad. Pero más importante
todavía es emplear ese conocimiento para evitar que ocurra la traición sexual.
Por ejemplo, “la prevención” de la infidelidad comienza, en cierto modo,
durante la luna de miel. Concluida la primera semana de matrimonio, hasta el más
escéptico de los maridos se da cuenta de que las necesidades sexuales de su
esposa son tan intensas como las suyas
propias. El hombre que se niega a satisfacer tales necesidades de la esposa está
favoreciendo que otro supla sus deficiencias. Por desgracia, la versión
masculina de la “jaqueca” es más común de lo que confiesa la mayoría de los
varones.
Otra cosa: todo ser humano necesita
atención, pero particularmente la esposa requiere una atención especial
compuesta de ternura, comprensión y aceptación. En cuanto la mujer considera
que su marido ya no se interesa por ella, se vuelve vulnerable a la atención de
la infidelidad. Un poco de política preventiva por parte del marido evitara
años de constante inquietud. Jack, por su parte, declara:
“cuando descubrí que Ellen andaba en
tratos con otro hombre, me sentí abrumando. Un día fui a hablar con el pastor
de nuestra iglesia y le pedí que velara por los niños después de mi partida. No
sé cómo , pero me explico la verdad de los hechos.
Me dijo que la infidelidad de Ellen
significaba un desesperado grito de auxilio. Me aseguro que mi esposa no
deseaba a otro hombre, pues al que quería era el hombre con quien se había
casado. Vi claramente la lógica del argumento. Trabaja Yo con tal ahínco para
progresar, que en los últimos meses había pasado en casa una noche de cada
diez. Ellen y Yo nos reconciliamos, y ahora procuro dedicarme a ella tanto como
esta lo desea. El episodio ocurrió hace
cuatro años, y hasta la fecha no he tenido nada que lamentar”.
Y si se trata de prevenir la
infidelidad, el “desarme sexual” puede resultar el mejor aliado de los esposos.
Lo único que tienen que hacer es convenir en jamás utilizar las relaciones
sexuales como arma vengativa. Podrán discutir en la sala, o arrojarse los
trastos en la cabeza, pero el dormitorio y el lecho deberán ser siempre terreno
neutral; no el lugar donde se infligen. Si el hombre y la mujer saben verse uno
al otro como amantes, amigos y aliados, y no como adversarios, habrán alcanzado
un objetivo primordial. De esta manera la única relación con la infidelidad
femenina se limitara, seguramente, a ver los melodramas mediocres de la
televisión, de donde no debe salir la infidelidad, al fin y al cabo.
Por el Dr. David Reuben
Tomado de la revista selecciones
noviembre 1973