En las noches de luna luminosa, la
chicharra solía posarse sobre una rama de “huele de noche”, levantaba las
antenas y cantaba una hermosa canción para que la oyeran hasta las estrellas.
---- ¡Qué bien cantas,
chicharra!---le comentó la luna embelesada en una ocasión.--- No andarás
buscando novia….
---Sí, busco novia—respondió la
chicharra triste---, pero por más que canto, no hay quien me quiera.
---Cómo es eso posible? ¡Tienes
cientos de admiradoras!
La chicharra macho pasó el resto de
la noche haciendo un recuento de los insectos que podían quererlo:
“les gusto a las avispas y a las
abejas”, pensó, “pero zumban y pican.
A las arañas también, pero tejen
peligrosas telarañas. Y luego están las garrapatas… ¡qué horror!: ni catan y,
además, chupan sangre”.
Cuando el sol no había pegado ojo,
pidió a todos los pájaros diurnos que no cantaran para proteger su sueño.
El bosque guardó un silencio
respetuoso, salvo un insecto pequeñito que llegó del otro lado del río y se
dispuso a demostrar sus habilidades cantoras.
--¡Cállate enseguida!—susurraron
todos los animales---.Nuestro cantante favorito no ha dormido de noche, ahora
descansa y lo vas a despertar.
--¡Chiquirrín, chiquirín,
chiquirín!---seguía el insecto con la voz en cuello.
Sin atender a razones, voló hasta la
rama del “huele de noche”, donde dormía la chicharra. Ésta, con el escándalo,
se despertó.
--¿Chiquirrín?---preguntó
desperezándose--. ¿Pero qué canción ésa que yo nunca había oído?
---Chiquirrín eres tú y chiquirín soy
yo…---respondió la nueva amiga mientras emanaba de ella un fuerte perfume que
hizo temblar a su compañero de pies a cabeza. Al reconocerse, se tomaron de las
patas y, mirándose fijamente a los ojos, entonaron a dos voces el “chiquirín, chiquirín,
chiquirín”. Felices, no dejaron de cantar durante todo el día.
--Estamos enamorados—concluyó él---; ¿qué
te parece si nos casamos, compartimos esta rama y cantamos todos los días…?
--- ¡Acepto, chiquirín! Cruzaré el
río para comunicar a todos mis amigos tan feliz noticia---y con un frote de
antenas sellaron su amor y se despidieron.
Pero los demás animales del bosque
estaban hartos de tanto chiquirín.
Su gran cantante no podía casarse con
alguien que sólo supiera cantar chiquirín.
Hicieron una asamblea y se decidió
que la araña tejiera una telaraña en la rama del níspero que se asoma a la otra
orilla del río. La chiquirrina tenía que pasar
por ahí de regreso al lado de su amado y, tal como previeron, cayó en la
trampa de la telaraña.
--¡Chiquirrín, chiquirín…!—cantaba el
novio para entretener la espera, mientras las horas pasaban. Llegó la noche,
salió la luna y su amada no apareció. El chiquirín comenzó a hinchar la panza
todo lo que podía para gritar con más fuerza. Pensaba que quizá así la chiquirrina
lo oiría al otro lado del río.
--- ¡Chiquirrín, chiquiríiiiiiiiiin! ¡Chiquirríiiiiiiin…Poc.
Después, cesó la canción de la
chicharra. Una hormiga se acercó al lugar para averiguar que había sido el
“poc” con el que terminó la canción.
Vio con espanto que la chicharra
había reventado.
Desde entonces, cuenta la leyenda,
las chicharras cantan de amor hasta que revientan.