sábado, 10 de agosto de 2013

OÍR ES UN TACTO SUBLIMINADO.

Nuestro mundo está lleno de sonidos que jamás oímos. 
En principio, el alcance auditivo del hombre es limitado: si pudiéramos oír sonidos producidos por una frecuencia menor de 20 vibraciones por segundo, nos volverían locos los zumbidos y chirridos de nuestros músculos e intestinos y los latidos de nuestro corazón. 
Cada paso que diéramos nos haría el efecto de una explosión. Pero aun dentro de la gama de nuestra capacidad auditiva, seleccionamos, escuchamos y prestamos atención a unos pocos sonidos solamente y cerramos el paso de los demás. El ruido nos ataca a tal punto por todas partes que, para defendernos, “echamos llave” continuamente a nuestro oído. Pero al hacerlo así, cerramos los oídos a la espléndida sinfonía de sonidos que envuelve al mundo.

Todo lo que se mueve produce un sonido, de manera que el sonido es un testimonio de que algo ocurre. Así pues, el sonido es una especie de cuarta dimensión, que nos comunica lo que está sucediendo y nos revela matices y complejidades imperceptibles por la sola vista. Si el tacto es el más personal de nuestros sentidos, entonces el oído ( que es como una ampliación de nuestro sentido del tacto, como un modo sumamente especializado de tocar a distancia) constituye el más social de nuestros sentidos.
El habitante de la ciudad, que, torturado por una gran variedad de ruidos, “echa llave” a su capacidad auditiva, se priva de una de las dimensiones de la realidad social.
Hay personas, por ejemplo, que poseen el don de determinar inmediatamente, al entrar en una habitación llena de gente, el estado de ánimo, la situación y el movimiento de los allí reunidos. Todo nos resulta más real si lo oímos a la vez que lo vemos. En verdad, es difícil formase idea de una persona solamente por la vista y sin oír su voz. Y no es tan sólo la voz que nos ilumina acerca de ella. Hasta el ritmo de los pasos nos descubre su edad y su disposición espiritual; si es de alegría o decaimiento, de ira o júbilo.
Por tales razones, el oído es, en cierto modo, de importancia primordial para el hombre como ser social. Antes de que el niño reaccione a  lo que le diga la vista, el olfato o el gusto, reacciona a lo que oído le comunica. Se ha comprobado que el feto humano percibe los latidos del corazón de su madre desde algunas semanas antes de nacer. Esto quizá explique por qué el ritmo arrulla fácilmente a la criatura y por qué las primeras palabras que pronuncia el niño sean sino una repetición de sílabas: pa--pa, ma---ma, ta--ta que tienen el sonido del pulso cardíaco.
El oído del hombre es un mecanismo asombroso. Aunque sus elementos interiores ocupan unos 15 centímetros cúbicos solamente, distinguir de 300.000 a 400.000 variaciones de tono e intensidad.
Una de las facultades más notables del oído humano es su aptitud para distinguir, en medio de una confusión circundante de ruidos, un sonido o voz determinado y localizarlo.

Tal vez nuestra facultad auditiva acabará atrofiándose en una civilización como la actual, en la que hay cada vez más  algarabía. En consecuencia de este exceso de ruido, nos acostumbramos a hacer caso omiso de la mayoría de los sonidos que nos rodean, y con ello nos privamos de muchas cosas que podrían ser para nosotros una fuente de placer y conocimientos. Es una lástima, pues el sentido del oído encierra una sabiduría que nos hace falta.

Tomado de la Revista Selecciones del Reader's Digest Noviembre 1969

vídeo tomado del canal Youtube. 

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