Nuestro mundo está lleno de sonidos
que jamás oímos.
En principio, el alcance auditivo del hombre es limitado: si
pudiéramos oír sonidos producidos por una frecuencia menor de 20 vibraciones
por segundo, nos volverían locos los zumbidos y chirridos de nuestros músculos
e intestinos y los latidos de nuestro corazón.
Cada paso que diéramos nos haría
el efecto de una explosión. Pero aun dentro de la gama de nuestra capacidad
auditiva, seleccionamos, escuchamos y prestamos atención a unos pocos sonidos
solamente y cerramos el paso de los demás. El ruido nos ataca a tal punto por
todas partes que, para defendernos, “echamos llave” continuamente a nuestro
oído. Pero al hacerlo así, cerramos los oídos a la espléndida sinfonía de
sonidos que envuelve al mundo.
Todo lo que se mueve produce un
sonido, de manera que el sonido es un testimonio de que algo ocurre. Así pues,
el sonido es una especie de cuarta dimensión, que nos comunica lo que está
sucediendo y nos revela matices y complejidades imperceptibles por la sola
vista. Si el tacto es el más personal de nuestros sentidos, entonces el oído (
que es como una ampliación de nuestro sentido del tacto, como un modo sumamente
especializado de tocar a distancia) constituye el más social de nuestros
sentidos.
El habitante de la ciudad, que,
torturado por una gran variedad de ruidos, “echa llave” a su capacidad auditiva,
se priva de una de las dimensiones de la realidad social.
Hay personas, por ejemplo, que poseen
el don de determinar inmediatamente, al entrar en una habitación llena de
gente, el estado de ánimo, la situación y el movimiento de los allí reunidos. Todo
nos resulta más real si lo oímos a la vez que lo vemos. En verdad, es difícil formase
idea de una persona solamente por la vista y sin oír su voz. Y no es tan sólo
la voz que nos ilumina acerca de ella. Hasta el ritmo de los pasos nos descubre
su edad y su disposición espiritual; si es de alegría o decaimiento, de ira o
júbilo.
Por tales razones, el oído es, en
cierto modo, de importancia primordial para el hombre como ser social. Antes de
que el niño reaccione a lo que le diga la
vista, el olfato o el gusto, reacciona a lo que oído le comunica. Se ha
comprobado que el feto humano percibe los latidos del corazón de su madre desde
algunas semanas antes de nacer. Esto quizá explique por qué el ritmo arrulla fácilmente
a la criatura y por qué las primeras palabras que pronuncia el niño sean sino
una repetición de sílabas: pa--pa, ma---ma, ta--ta que tienen el sonido del
pulso cardíaco.
El oído del hombre es un mecanismo
asombroso. Aunque sus elementos interiores ocupan unos 15 centímetros cúbicos
solamente, distinguir de 300.000 a 400.000 variaciones de tono e intensidad.
Una de las facultades más notables
del oído humano es su aptitud para distinguir, en medio de una confusión circundante
de ruidos, un sonido o voz determinado y localizarlo.
Tal vez nuestra facultad auditiva acabará
atrofiándose en una civilización como la actual, en la que hay cada vez más algarabía. En
consecuencia de este exceso de ruido, nos acostumbramos a hacer caso omiso de
la mayoría de los sonidos que nos rodean, y con ello nos privamos de muchas
cosas que podrían ser para nosotros una fuente de placer y conocimientos. Es una
lástima, pues el sentido del oído encierra una sabiduría que nos hace falta.
Tomado de la Revista Selecciones del Reader's Digest Noviembre 1969
vídeo tomado del canal Youtube.
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