Tranquilicémonos,
no va a desaparecer.
El teatro
es inevitable, está a todas horas en todos los lugares,
en los escenarios con
puestas en escena hechas adrede por
profesionales o aficionados,
en
las formas fugaces del performance,
en
el mendigo que descompone magistralmente su rostro de desgracia
para recabar
monedas,
en
el amante que afirma más amor del que siente,
en
la promesa que de antemano se sabe nunca se cumplirá,
en
el que argumenta calamidades para evadir una deuda,
en
la cara serena del que sufre una afrenta,
en el
que habla ante una audiencia y dice palabras que simulan sabiduría,
en
el que sonríe al enemigo y le desea buenos días,
en
la pataleta del niño,
en
la cordial bienvenida,
en la afable atención del mesero cuyo deseo más
íntimo seria
quebrarnos la botella en la testa,
en
la azafata que sufre una perdida amorosa y no obstante nos desea un feliz
vuelo,
en
aquel que nos habla de un dios que todo lo perdona y está planeando matar a su
esposa,
en
aquel que tiene abierto un libro al revés y hace de lector,
en
la cajera del supermercado que conserva su inmutabilidad
ante el reclamo airado
del cliente,
en
el cliente que toma para si el papel de justiciero,
en las pulidas formas de
tomar trinchete y tenedor y masticar,
en el que juega con los niños y verifica que
todos a su alrededor
lo observen y piensen “cómo ama a los niños”,
en
los niños que con un cartón sucio construyen palacios encantados,
en
la niña que durante todo el día vive imaginariamente en el bosque y es una
hada,
en
el niño que amaneció supermán,
en
el lápiz labial que repone en el rostro
de las mujeres las insuficiencias de la naturaleza,
en
los tatuajes, en los piercing, en los aretes, en los peinados, en la ropa,
en
la sombras de los ojos y las pestañas postizas,
en
las pasarelas,
en
el fingimiento de la caricia y el orgasmo,
en
los simulacros de naufragio y tragedia,
en
los desfiles militares,
en
las procesiones religiosas,
en
la frase “te amaré siempre”,
en
los perfumes,
en
las medias de seda y las prendas eróticas,
en
las barbas, en los bigotes, en las crestas punk,
en
los velorios, magnifico escenario para exhibir la peor congoja,
en
el ritual seductor que nos disfraza para la conquista amorosa.
El teatro
no solo es inevitable, es necesario, nos aprisiona, nos arroja a diario a la
calle a practicarlo con los otros.
Nuestro
afecto por la soledad es un deseo de escapar a la obligación cruel del teatro
cotidiano. El afán de ese lapso donde podemos encontrarnos a solas con nosotros
mismos y tratar de entender cuál es nuestra verdadera máscara.
TOMADO DE EL PERIODICO: El informador de
Comfama
Redactado por: Cristóbal Peláez G.
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